Gracias!

7 de Junio de 2023

En este coro de “Babel” hoy desafina un nieto de Adolfo Milanés. Un nieto de Nena.


Toda la vida me he considerado una persona con una fuerza interior grande. Muy grande. Esa fuerza interior es un regalo de mis mamás y mis papás, de mis hermanas, de mi familia, de Dios, de todos los dioses, de la vida, de mi tierra, de quienes la habitaron, de mis piernas, de quienes hoy las usan para caminar a través de mi, de quienes me habitan, de los que me acompañan y nunca me sueltan, de los campos hermosos, la inmensidad del mar, de los que no están y nunca se irán, del susurro de los instrumentos musicales y de los pájaros, las cuerdas y los crines de un hamster, del aroma de la música, de la poesía y de Machado, del café, del cerro y de los muertos, de todos mis maestros de escuela y de vida, del niño inquieto que sonríe y se atreve, de quien me enseñó a hablarle, del sol, del fuego, del maíz y el chocolate, del agua y el verde del paisaje que en Zipaquirá aprendí a imaginar, dibujar, querer y creer.  Esa fuerza interior me sorprende y con frecuencia me ha llevado -y lo sigue haciendo- a lugares sin espacio ni tiempo como fractales secciones doradas. Esos espacios inmateriales son mis refugios felices.  


En 2022,  esa fuerza un día intentó apagarse, como cuando por capricho se le quiere arrancar el oxigeno al fuego. Cómo cuando el aire, envidioso y enfadado, perturba la paz de una vela encendida. Esa fuerza un día se encontró triste, a oscuras. Se encontró con que no tenía fuerza. 


Una noche, de otro día no muy lejano al anterior y sin pedirme permiso, un mensaje retumbó. La idea, codificada a manera de la más poderosa tradición oral o flecha amarilla, contaba como en narración del mejor de los cuenteros de cuartas y quintas paredes, la historia mágica de un apóstol a punto del desmayo y cómo fue reanimado por una máscara conectada a una bala de oxígeno sobre la cual se podía leer el verbo en imperativo- “cree”.  La misma fábula contaba cómo la historia, y muchas otras alrededor del mismo apóstol, había suscitado una estrepitosa romería de creyentes de todos los colores, hermanos del mundo, en la dirección del “creer”. ¿La geografía? Iberia, simplemente como una excusa. La mejor de las excusas. ¿La distancia? Qué importa. Distancia medida en canciones de Drexler y Serrat, en ampollas, en aguaceros, en lágrimas, en dolores, en amigos, en albergues, en tortillas, en noches, en playas, en montañas, en caseríos, en vinos, en cervezas, en amaneceres y lunas, en tiritas, en curitas, en provincias y en ayuntamientos. También en kilómetros, en días, en etapas. Qué importa si no importa. 


Pues bien: esa fábula me inspiró a 1) parar 2) escuchar (me) con el corazón y 3) creer. Esa fábula me puso aquí. Esa fábula me devolvió la fuerza. Esa fábula inspiro mi romería, mi caminar. La fábula agudizó mi instinto, mi caminar. Mi caminar, que termina mañana y que no acaba jamás, empezó la noche que llegó a mí ese código  en forma de fábula, de esa flecha amarilla iridiscente que me iluminó en un sofá del pueblo donde hoy toman té los que fueron y serán reyes de Inglaterra y también dónde los ciclistas más grandes del mundo una vez abrazaron árboles agradeciendo e implorando  

ayuda para quienes amamos. 


Hoy, extasiado, fatigado y con el corazón ardiendo de nuevo-creer, les doy las gracias por ser mi oxigeno y mi fuego, por ser mis flechas amarillas, mi agua, mis curitas, mi alimento, mi vino y mi cerveza. Gracias por ser mis amigos, mis maestros, mis rosas, mis magnolias, mi salsa y mi merengue. Por ser mi pan, mi azul, mi poesía, mis letras, mi lavanda y la almohada que repone y repara. Por ser mi risa y mi sonrisa, mi cielo, mi dulce, mi poncho para el chubasco y por ser el sol que me abriga. Gracias por ser mi música y mis piernas, mis lágrimas de agradecimiento, mi terapia y mis pies, mi cremita, mis ojos y mi piel. Gracias por ser el aroma a eucalipto, a higo, a lima y a limón, a sal de mar. Gracias por ser mi fuente y mi fin, mi África y mi América, mi Europa y mi Asia,  mi occidente y mi norte, mi Irún y mi Finisterra. Gracias por ser mi Santiago y mi fuerza para crear, creer y crecer. 


Estás palabras las escribo desde una estropeada cama de un albergue repleto de peregrinos ansiosos por llegar al mismo destino: a la vida. Ellos como yo vamos sin nada y estamos llenos de todo. Yo voy con ustedes y con eso no me falta nada.  Voy lleno de todo. Voy con ustedes y ahí se halla mi real fuerza interior, esa que ustedes no han dejado apagar. 


Mañana, temprano, vamos en romería a celebrar todo el día y a ser felices. Vamos a andar. Vamos a hacer camino y a abrir caminos. Vamos a sonreír y a emocionarnos. Vamos a creer, vamos a ser armonía con el mundo. Vamos a agradecer. Vamos a abrazar al apóstol que habita en todos, vamos a abrazar al que necesita un abrazo, al que llora sin saber por qué. Mañana vamos a caminar por los que pueden, por los que no pueden y por los que temen. Mañana vamos a abrazarnos tan fuerte que retumben los mares y las montañas que nos separan y tanto nos unen. 


¡Mañana vamos a Santiago, sí! Vamos a Santiago, a “la puerta que guía al mundo del alma”. Vamos a andar, sumando a todos, con bondad, con solidaridad, sin egoísmo, con todas las banderas y sin soledad. 


Vamos a andar que la vida nos espera! 


Los amo y van conmigo - hoy, mañana y siempre.


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